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El colibrí y la Enredadera

Una fábula sobre la libertad y el coraje de volar

En la vida, muchas veces encontramos lugares, personas o hábitos que nos dan seguridad… pero que, sin darnos cuenta, pueden encadenar nuestras alas. Esta es la historia de un pequeño colibrí que aprendió esa lección en lo profundo de un bosque antiguo.


En un bosque donde los árboles hablaban y el viento susurraba secretos, vivía un colibrí de plumaje brillante como el amanecer. Su vuelo era libre, ágil, casi como una danza de fuego en el aire.

Un día, buscando néctar, descubrió una flor extraña y hermosa. Estaba atrapada en una enredadera que crecía sobre una rama caída.

La flor le habló con dulzura:

—Quédate, colibrí. Aquí siempre tendrás néctar. No vueles más, no te canses. Aquí estás a salvo.

El colibrí, halagado por la atención, empezó a visitarla cada día. Sin darse cuenta, sus alas fueron perdiendo fuerza. Ya no volaba alto. Su mundo se redujo a esa única flor.

Las estaciones pasaron. La flor marchitó. La enredadera se secó.

El colibrí, débil, intentó alzar el vuelo… pero sus alas ya no sabían cómo.

Desde lo alto, un águila lo observó y bajó a su encuentro.

—¿Por qué no vuelas, pequeño hermano?

—Temí perder lo que me alimentaba… y me olvidé de volar.

—Lo que te daba seguridad te estaba robando el cielo.

Con esfuerzo, y guiado por el viento, el colibrí recordó su danza. Se alejó de la flor, no con rencor, sino con gratitud. Y volvió a volar.

Desde entonces, cada vez que una flor lo invita a quedarse, escucha primero a su corazón… y luego al viento.


Reflexión final

Esta fábula nos recuerda que lo seguro no siempre es lo que nos hace crecer. Que a veces lo que creemos refugio se convierte en jaula, y que la verdadera vida empieza cuando nos atrevemos a abrir las alas, incluso con miedo. Porque el cielo siempre espera a quien recuerda volar.